La pobreza impide a niños y niñas asistir a la escuela y, mezclada
con siglos de discriminación, impide a un número aún mayor de niñas
hacerlo. Ellas son víctimas de los peligrosos mitos según los cuales la
educación de las niñas sobra y que invertir dinero en su educación es un
desperdicio. Se les mantiene en casa para cuidar a sus hermanos menores
y ejecutar labores domésticas hasta que el padre acuerda un matrimonio.
Si estas niñas llegan a asistir a la escuela, a menudo están demasiado
cansadas para estudiar.
Las niñas son vulnerables al acoso y la violencia sexual, tanto de
camino a la escuela como dentro de ella. Los libros de texto y
currículos educativos a menudo son insensibles al género. Los profesores
alaban la energía de los varones mientras desalientan la expresión y la
sensibilidad de las niñas.
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